12/11/09

A trevi con pelo

En el baño blanco de Julie Galleta, vi un mango rosado en la jabonera de su ducha.
Acababa en tres hojas afiladas, ergonómico y en la base tenía tatuado Gillete. Más allá de estas carecterísitcas físicas, lo resaltante era que estaba estampado de gotas minusculas de agua que perdieron el rumbo desde lo alto del rociador de la ducha. Ese baño iluminado con luz también blanca, es estrecho y además está estacionado en un departamento tampoco amplio, en una zona callada de la ciudad, y blanca.
El mango rosado me recordaba que debía afeitarme yo también, pero sólo arriba del cuello, y aunque suena sencillo, suelo no hacerlo. Sí, ignoro afeitarme por días, así como lavarme el pelo, y me acochino, lo peor es que con el pelo largo creo que el polvo y el sudor le dan la forma que más me gusta: desprolijo. Por eso dejo pasar más los días, hasta que se hace insostenible y lo lavo conmigo debajo, y siento que la espuma marrón que se despoja de mí me purifica.
¿Cómo experimentas el gozo de un estado sino no aceptas su opuesto dentro tuyo?
Así, cuando salgo de la ducha siento la verdadera paz de estar limpio porque realmente estuve hecho un asco. Paraíso.
Detesto a los idiotas que se bañan antes de hacer deporte. IMBÉCIL SI VAS A SUDAR PARA QUE CHUCHA TE BAÑAS. HAZLO DESPUÉS.
Por regla elemental de higiene me dicen. todos los atletas lo hacen, puntualizan.
Será por la regla que tienes en el ojete les re-respondo. Marica que gastas agua por las puras, y encima alucinado, a los diez minutos te falta el aire por correr.

La maquina de afeitar la miro de reojo mientras lavo mis manos.
Estoy frente al espejo oval, enchapado en blanco sobre el lavabo. Al costado hay un aparador con jabones, eau de toilette, shampoos, acondicionadores, oleos trifásicos, maracujas, pitangas y demás colores que olían tan rico. Todo tan pintadamente femenino, que hasta un hada está dibujada en la puerta de vidrio templado de la ducha. Trás ella la afeitadora era el único elemento que no encaja por masculino, pero como el lugar da el ser, tiene el color rosado para estar en equilibrio.

Y reconozco, lo cogí esa vez por curiosidad (intuyo que Julie cuando llegue aquí, a su vez está cogiendo el teléfono para reputearme por tocar algo suyo tan íntimo)
El deseo no estaba en mí, lo juro, estaba enfrente mío. Y había empezado a vivir en esa cosa.
¿sería tan diferente al que usaba'? Era igual salvo el calor y el color. Incluso habían diminutas ráices de vello entre la triple hoja filuda. Aquí nació la pregunta.
¿Se afeitaba las axilas?
¿Se afeitaba el pubis?
¿los dos?
Y yo recordando que a pesar que debía afeitarme encima del cuello, igual no lo hacía.
Entonces qué afán de afeitarse algo que bajo la ropa de Agosto nadie notaba, salvo su enamorado.
Y yo mirando atentamente los puntos de vellos que brillaban sobre el metal que está hecho para segar, por estética, por amor, por higiene, por impudor.
Y salta un hecho.
Julie y mi mamá, comparten una gracia. Lo sé porque las conozco a ambas de muchísimos años. Las dos son lampiñas en las extremidades. No les nace vello ni en brazos ni en piernas. Siendo más enfáticos, como de niño a mi mamá la vi sin ropa sé que apenas su vello es notorio en otros recodos de su cuerpo. Aunque nunca he visto a Julie así, imagino que debe tener la misma correspondencia (y ahora seguro Julie regresa al teléfono para volver a reputearme por mis comparaciones pervertidas)

Pero es en definitiva una suerte, pienso yo. No tienen que sufrir para parecer chica de comercial de Veet (y conociendo de cerca el mundo de la publicidad, es seguro que las mujeres que aparecen ahí no usan esos depilatorios, así es la pantalla)


Moraleja: no me dejen entrar a su baño, nunca. Suelo imaginar demasiado.

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