El cubrecama de su cuarto vacío tiene dos lados y por extensión dos formas de cubrir su reposo. Una faz es roja mate, bordada con hilos blancos en rombos de repetición perpetua. La otra faz es dorada, y aquí son hilos dorados como sol, los que trazan esos rombos unidos. Al mirarlo con mucho detenimiento, siento que la forma geométrica que más ha rodeado mi visión en casa es el rombo, como un triángulo duplicado al que le borraron el tercer cateto para añadirle un espejo... Me gustaría saber el nombre del rombo cuando tiene volumen como cuerpo geométrico.
Respuesta: octaedro.
De pronto salto a los días de la academia, y las clases de geometría en un salón de piso segundo, en la calle Emilio Fernández; calle también conocida hasta hoy por el paradero donde los buses te dejan en la intersección de la Av. Arequipa o la Av. Petit Thouars: Roma.
Decías Roma baja, y te dejaba en esa esquina. Roma, como el Imperio que forjo las leyes, la latinidad, y el pensamiento de mucho del Occidente. Pero era Roma aquí por un antiguo, y hoy clausurado cine, el cine Roma.
La geometría y un cine. Nunca me fue bien en esa clase de la academia, creo que por un programa mental, nunca me hallé cómodo en la abstracción geométrica. No las entendía y me aparté de querer hablarles o escucharlas. La habilidad matemática me fue elusiva. Por decisión o por naturaleza, quizá en la suma de ambas hay una respuesta.
Pero me gustan las formas, me gusta que de una línea, sumes otra y hagas un ángulo, de ahí una tercera un triángulo, una más un cuadrado, y así hasta llegar al círculo que está formado por la suma de líneas infinitas.
De la línea al círculo creo que se puede llamar todo curso de vida. O todo acto que nace de nuestra voluntad. Toda buena historia tiene geometría, y claro toda película tiene eso también, una geometría invisible que si tienes visión y oído puedes armar y calcular.
De la línea al círculo también va el amor, pero eso será para otra ocasión.
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