Ya falta poco para vacaciones, dice un escolar de primero de primaria. En el mes de julio, muy cerca de la pausa de mitad de año peruana en clases.
La nombrada Generación C; la experta en crear contenido, curaduría, conexión y comunidad, ya tiene quizá cinco años con nosotros, en el mundo interconectado por redes y tecnología de hoy.
Adolescentes, púberes; que alimentan año a año con partidas de nacimiento uno de los pocos negocios que aguantarían cualquier crisis; junto con los pañales desechables: LA EDUCACIÓN.
-escolaridad primaria y secundaria, técnica, universitaria pregrado, post-grado.-
Aprender de algo, con profesores malos o buenos, es algo que se vuelve tan extensivo y obligatorio como el comer. Y eso vuelve irónico que hoy abunden los profesores, y hagan falta más que nunca los maestros.
Pero como sea, es real que los salones permanecerán ocupados promoción tras promoción. Los alcances pueden ser sospechados: hay un cierto progreso y probabilidades de cambio, los nuevos reciben lo que los viejos dejan tras de sí. Y la ciencia, las humanidades, las artes tienen DESARROLLO y RENOVACIÓN.
Aunque también hay una pequeña espada que pende filosa
Siendo tantos, siendo demasiados, siendo como somos en este mundo
¿Hay calidad? ¿Hay rigurosidad? ¿Hay orden? ¿Hay tiempo?
En la sociedad actual, el discurso es rápidamente consumido, es urgente en ser empático y triunfa en relativismo.
Un discurso rápido de consumir, está potenciado por la edición audiovisual, pues se lee menos en papel y texto escrito y se lee más en audiovisual de pantallas. Donde el tiempo manda en inmediato; así que se pide superficialidad en la información, paso rápido de ideas y superposición de medios y grafías atractivas. Son dos formas de aprehender la realidad que la condicionan; no hay duda.
Un discurso empático, crea identidad, simpatía y mucha, mucha comodidad y puede ser un compañero para solitarios frente a pantallas de computador. Pero la empatía como herramienta corta impide conocer otros alcances de la formación como la autocrítica, el hacer por otros como deber, el sacrificio, la responsabilidad y la prudencia.
Un discurso relativista, impone que todo es normal como norma cada ojo y cerebro de quien juzga; y dentro de la pluralidad de posiciones, por carencia de bases generales la cultura y la ética pueden tener cualquier expresión y juicio. Esto último es peligroso. Sin aspiración al beneficio común y el entendimiento, el diálogo es innecesario. Se erradica el debate para saber lo bueno o lo malo, lo útil de lo inútil.
Claro que hay una virtud en dejar de juzgar los valores del otro, pero esa virtud rápidamente se vuelve libertinaje en la medida, que no se basa en respetar valores universales; sino en dejar que se elija lo que se quiera como consumidor soberano. Los valores individuales son derechos de libre elección de un consumidor; que si no tiene medios económicos para ejercerlos pierde todo derecho. De tal forma que las crisis de orden moral, son telúricas al relativizar creencias, valores y convicciones universales; para imponer perfiles y castas económicas.
Por ello, un resultado sería en aquellos niños más individualismo, poca capacidad de pensamiento transformador de la realidad, y aceptación de la realidad dada como conformismo con los prototipos que el educador transmite de la sociedad.
Por otro, un resultado sería una miríada de fuereños, como personas de afuera, con otredad y sin pertenencia a grupos más sólidamente históricos, donde no hay espacio interno para clases, partidos, barrio, o familias; y que como tales cuentan con capacidad de sublevación del orden impuesto o barbarizacíón moral.
¿Ya estaremos en un mundo feliz?
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