La delgada sentencia de la amable doctora oriental que te dice que todo está consumado y solo te queda recibir calidad de vida, antes de que la extensión de tu línea vital concluya. Ella es muy buena, por eso sientes con más claridad su conclusión. Ha sido la tercera opinión médica, yo que pensaba que con ella podía conseguir algún aplazamiento, una nueva oportunidad. Pero a la tercera va la vencida. No queda más que seguir el tratamiento paliativo, seguir tomando muchas medicinas y apagarme de a pocos; tratando de darle el mayor tiempo de mí a mi familia.
Lo inevitable se acerca para cogerme.
Qué siento en este preciso momento que mi cuerpo falla por ratos, y por ratos va bien. No lo razono. Escucho los rumores alrededor, yo también los hago, ¿qué sería mejor?: un entierro o una cremación. Qué hacer con mis cosas, mi ropa, mi cama, recuerdos... todo lo que uno consigue pensando en la lógica natural de la inmortalidad a esta edad.
Me inclino por lo segundo, arder en el fuego transformador; pero al final no seré yo quién se quede a decidir. Y la verdad, siempre he hecho casi todo como he querido, por una vez propongo que dispongan de lo que quede conmigo en la voluntad de los que me aman.
Un hígado con patología que falla enormemente por la hipoplasia que nació conmigo pero nadie vio y hoy trás años ha escapado de toda ayuda médica, pues ya afecta el riñón y la vesícula. En natural consecuencia me doy agua de más a mí mismo en ascitis, recordandome la fuente de donde nació toda vida. He aprendido nuevas palabras en verbo vivo, respirándolas y sintiéndolas.
Mis pasos cansinos por ratos me recuerdan que hace mucho mucho tiempo no reía, o lo especial que era subir y, sobre todo, bajar una escalera. Hoy es una proeza y cuando es demasiado el peso de las toxinas que recorren mi sangre, porque no puedo depurar correctamente, me da una encefalopatía; un estado muy curioso. Es como una borrachera, tu cabeza da vueltas y no puedes tenerte en pie, en dimensión grave tus extremidades se mueven a su antojo y debes caminar torpemente sin parar porque el cerebro en su instinto de supervivencia quiere expulsar las tóxinas aunque sea por sudor, aunque sea por movimiento. Han sido tantas las noches que no he dormido nada, sintiendo el tiempo con mayor punción.
La degeneración de un cuerpo es un estado muy sorpresivo, solo en semanas, apenas unos meses, pasas de la normalidad a ser una sombra. Recuerdo cuando miraba la vida, los ojos en alto, la vida sana. Hoy, apenas en una fracción de lo que tomó formarme en el útero de mi madre, me descompongo rápidamente.
Pienso ya cuando es imposible, que si hubiera tenido un hijo o una hija, habría alguién como yo que le recordará cosas de mí a mamá, a papá. Luego pienso en lo duro que sería dejar a alguien huerfano, sin el cuidado de mi mano, ni mis palabras para consolar o mi fuerza para defenderla. Te pones a pensar mucho en cómo estarán los que lleguen a un nuevo día cuando tú ya no.
Sabes, tengo mucho miedo de dejar a mi mamá, tan mayor, sola. Por eso es con quien más estoy en estos últimos días. Casi no me despego de ella y aguanto el dolor a su lado, en un instinto de darle más de mí, pero también en un intecambio místico que le hago a la vida, a la naturaleza, a Dios: dame todos los dolores de ella a mi, dale a ella todos los años que yo no tendré. Si pudiera dejar ese intercambio, todo tendría un sentido.
Tómame a mí en cambio.
Lo otro que me conmueve es la pena que sentirá mi familia cuando me vaya. La puedo imaginar, incluso hasta la sueño. Y si pudiera ser inmortal para evitarles ese trance, también lo haría. Aunque el peso de un cuerpo de mil años sea algo inarbacable para la resistencia humana. Son dos extremos, solo uno será real. Me queda esperar llanamente la sútil conclusión borrosa. Cómo será ese momento en que mi corazón deje de latir en este plano; qué veré luego, si hay algo que ver; dónde iré a parar; cómo dejé pasar tantas cosas...
Mi ser yace hoy sorprendido porque estoy en una frontera, del ser al no-ser
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