Una mañana, a un chico trans que le costaba escribir su nombre completo. Y solo ponía en sus carátulas la inicial. Porque se veía como un hombre, pero la biología la puso mujer.
Su profesor le tachó la letra inicial.
Un tachón rojo directo y sin presión. Apenas perceptible para la hoja.
Pero hondo en sus efectos.
Escribió, a continuación, en bolígrafo rojo su nombre completo, el real, el verdadero, el único que puede existir para él: Julio.
Es lo que Julio había escogido por identidad y le había dicho. Entonces, en esa misma línea había que otorgarle respeto e igualdad.
Es lo que Julio había escogido por identidad y le había dicho. Entonces, en esa misma línea había que otorgarle respeto e igualdad.
El peso de esa iniciativa, fue el inicio de un largo camino en la vida de él.
Julio culminaría sus estudios, haría de su profesión una lucha constante para decirles a todos cuál era su nombre. Cuál era su camino. Y cómo había escogido transformar su destino bajo el cielo, suponiendo todos los problemas y rudezas de la vida en una sociedad machista y discriminadora como esta.
Luego.
Y ganaría premios, influencia y reconocimiento. Y ahora de profesor, con cuatro décadas, parado ante el trabajo de alguien en el mismo predicamento. Pondría con un color nuevo un nuevo tachón y le diría a esa futura joven, llámate como quieras. Yo te haré caso.
Así fue como el círculo se volvió espiral.
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