Puede ser de día o de noche, con las rodillas recogidas, la boca cerrada y el cuerpo echado; ese instante en que se deja este mundo para dormir, no es el arranque de un descanso, si no en realidad: la exploración de un jardín de sombras. Ahí, sintiendo que estás tendido, o tendida, eres la misma persona físicamente pero difieres, y sabes lo que significa aquello. Vivirás con tu piel y tu cabeza otra vida, inconexa con tu presente en vigilia, sin saber por qué, estas imágenes te dirán hola y adiós: gente, gente, lugares, emociones e ideas. Y si al despertar lo recuerdas, será el principio de tuve un sueño. Muy raro, tanto que pasa a menudo.
La imagen que viene ahora, parece ser además de un sueño, un intento preparando el espíritu para dejar saber con antelación a qué sabrá, cuándo pase. En el inicio, hay una escalera para ascender, oscura y familiar, va hacia un descansillo, no importa el rededor salvo una habitación. Abre la puerta, cuando penetra el olor encerrado por cortinas color vainilla y allí, bajo un edredón, asoma el rostro de una desconocida que, sin embargo, encierra para él todo el amor que ha podido soñar, y vaya milagro, está soñando. No estaba en ningún otro lado que su propia y solitaria cama. Pero, además yacía parado con el picaporte sujeto viendo a la niña, con pecas, cabello apelmazado, púber como él, sabiendo cuál era el propósito de su entrada. Estaba por ella, visitándola temprano en un día de guardar. Era la sorpresa de un niño amante a su amada. Y la pecosa desconocida lo ignoraba. Aunque no existiera estaba enfrascada en su propia ensoñación, plácida y sin posesión. Cierra la puerta despacio, la cautela es para no despertarla. Con pasos livianos se detiene a mirar su rostro extendiendo el borde del edredón. Entonces es amor, porque ese detenimiento en cada detalle y el cuidado infinito que le proyecta, no podría tener otra naturaleza. Pero hay una particularidad, bajo la cubierta del edredón está la fotografía de una niña desnuda. Lo siente y es verdad. En su sueño, la niña duerme abrigada sólo con la ropa de cama. Y esa intimidad de compartir un secreto de sueños, hace que la quiera más. Se acerca poco a poco a la única piel descubierta, la de su rostro pecoso, y besa contando las pecas. Esto la despierta con una sonrisa que es también la invitación a un suave beso de labios cerrados. El pudor sopesa y la niña trata de no descubrirse, él sabe, ella sabe. Se inaugura entonces una veta de confianza, de amor tan antiguo que prescinde cualquier deseo. Y por tanto, se tienden las distintas posiciones de su nuevo acercamiento. Ella ladeando su cuerpo a un lado de la cama, cubierta y con la cabeza desnuda. Él frente a ella sentado sobre el piso, contándole lo que fuera, y ella respondiendo y contando entre risas. Una conversación en la habitación de una púber desnuda amando a un chico que la ama, fue en ese punto la perfección siempre esquiva.
Luego de esto la imagen se desvanece, el chico se levanta con un seco sabor de boca, la sed que le ha dejado toda esta exploración, la silabea en una confesión que se hace: la verdad, la verdadera, se inventa. Ahora, todas las esperanzas de este chico, se centran en la pregunta de cuándo pasará finalmente.
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