dice cine hindú.
La justa melcocha para mis ojos. Porque de niño comía la masa cruda del queque, de la espátula y las aspas de la batidora, tentando al desastre de que encendieran y se llevaran mis dedos sumergidos en harina con azucar y mantequilla dorina.
Comía rápido la gelatina roja por el flan amarillo. Y luego remojaba el sabor con chicha morada helada, para limpiar mis labios con el dorso de la muñeca.
Y la crema volteada por sobre cualquiera, es el plato que mas buscaba en cualquier buffet o mesa de cumpleaños.
Los postres simples endulzaron mi salvaje infancia, y dejaron un alma saborizada, que optó por el tercer lugar, si es que se da mérito al orden para alimentarse. Es decir, entre mis dientes, dejé escapar la idea de madurar como un plato de fondo y escogí ser el último, el que cierra la velada, pequeño y exacto, en la justa mezcla de hacer dulce el tiempo.
Porque el sabor a postre en la boca hace espacio para relativizar la experiencia de ser uno, por encima de las manecillas de cualquier reloj de pulsera.
Y así el cine hindú, con sus grandes bailes, con sus canciones, con el melodrama excelso, con la simpleza de mover la cámara de forma aérea mientras el protagonista levanta las manos cantando una letra cursi. Es algo tan cercano a la experiencia de cómo espero saborear el mundo, cómo la masa cruda del queque de vainilla.
Pleno acercamiento, para un glóbulo azucarado tentando la historia.
La felicidad y el amor elemental vestidos con magia, y muchas bromas. Asi te quiere el cine hindú.
y yo también lo quiero. bienvenido Junio.
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