El relampagueo de la muerte llegando y el de un primer beso se pueden confundir fácilmente. Como también pueden ser igual de esquivos. Pero son corrientes que estremecen un cuerpo a tal velocidad que apenas medio segundo después de llegar, ya no se será el mismo, así quisieras.
Tienen además una hermandad más estrecha, te puedes morir de amor, como puedes amar para morir. Y la materia de la que esta hecha esta corriente, que va de los labios a los pies, de las manos al ombligo, y de la cabeza a los muslos, tiene mucho de ego. Ego hinchado o ego herido, porque un beso y una muerte son los dos extremos de un hilo enredado sobre el espejo que hemos reflejado: si queremos besar es porque buscamos escapar hacia otro, y si morimos es porque no hay escapatoria nunca más.
La noche que ella preparó su regalo buscó un papel idóneo y precioso para envolverlo. Porque hay un maravilloso destello en los ojos de quien te importa, imaginando los segundos que pueda demorar en el descubrimiento de la sorpresa. O lo presientes, y para ella fue así. Esa imagen dentro de su mente la animó a pensar en pequeñas replicas de palabras ante la alegría que le causaría a él. Se entrega un regalo sabiendo que serás acogida, pues así nomas nadie hace eso por alguien, sin mayor impulso que un cariño latente, cómplice de un juego bajo la mesa.
Él nunca llegó, para nada ni nadie. A pesar que le confirmó, simplemente se le fueron las ganas. Por lo que ella dejó encargado el regalo en un mostrador, por si algún día él se aparecía. Este gesto esconde mucho de arrebato ante la vergüenza, pues el ego rechazado es muy ocurrente para ocultarse a todos. Cuando caminó por la calle de noche y lejos del local, verla era como ver morirse un beso que nunca va a llegar.
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