Cuando escribo esto es como mirarte, aunque sé que no es para emocionarse. Estoy en el punto crónico donde es tarde si nos cruzamos en una esquina de casualidad, porque en el estado actual de las cosas existen dos verbos donde es imposible el imperativo: amar y creer. La idea no es original, la pensó un francés pero yo la amplié, pues allá en Europa solo saben la mitad de las cosas.
Entonces, en verdades como fulgores de noche, es preciso anotar que los segundos precisos que atan una vida en dos corazones por tanto tiempo como viajar en tren por el Bosque Negro, no divago, simplemente esos segundos cuando sucedieron pues mirábamos a otro lado.
Así, nunca pude mentirte para que te quedaras y no estás para irte. Te espero en un paradero creyendo verte como una escalera que baja del cielo, y lo que sucede es un eco sobre sombras; antes de que se partan los sueños mejor escojo pasear entre la sequedad del invierno, la tarde blancuzca que es más hermosa porque los colores están aconsejando que los pintes pero dentro de las cavidades rojas de tu corazón.
Luego de encandilarme aún más del invierno bello y nuboso ¿me quisieras en tu reino? Yo que he visto a Orión saltar y defender a Proserpina, con estos pies y con los árboles de noche como ascensores he pisado fuerte y preciso la Cruz del Sur, y he hablado con quimeras sobre el origen de la imaginación y lo imposible del universo que cada vez se hace natural. Y sobre la cabeza he recibido nieve y garúa, y he podido también por algún oculto encanto alquímico convertirme en gato jugando por la noche y en conejo huyendo por las calles. Al final he sido todo para que la vida misma no baste, pero yendo y viniendo tanto las palabras como la oscuridad son pequeños espejos de otra orilla. Y serán como mirarte.
pero he nunca he podido ver tu níveo rostro soñando en ti
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