Dentro de una casa, en una madrugada de verano esta madre primeriza se despierta con los llantos de su recién nacida para alimentarse. Mientras ambas están acomodadas en una silla, al darle de lactar ella empieza a sentir una comunicación bendecida con su hija. El poder de un amor maternal la inunda como algo que no ha experimentado antes. Es clara y directa, la sensación de felicidad y satisfacción mas honda que ha conseguido sentir. No se puede explicar que con tantas décadas viva, hasta ahora recién conoce el deleite de una unión que le dice en el corazón: quiero estar junto a ti. Su hija deja el pezón adolorido para dormir de nuevo, la pone en su cuna y regresa a la cama con su hombre, que duerme seco.
Inadvertido del suceso que vivió su mujer; ella lo mira con cierta paz cubierta en una pena sin condiciones, piensa que él se perdió esta maravillosa cercanía que acababa de alcanzar. Echada, los pensamientos no cesan. Y surge soterrado un suave resentimiento. La forma como estaba con él ha empezado a cambiar. Ahora, susurros como la suerte de él por seguir durmiendo, que lo dejará bien descansado en la mañana; y lo injusto que es que la lactancia solo implique a la mujer; que él no se levante y le dé un biberón con leche, sin siquiera haberlo previsto. Su hija, vuelve a llorar de nuevo. Aquí su ira y resentimiento ya llenan el ambiente, porque no ha podido volver a dormir. Otra vez más.
A la espera del peso de sus propias preguntas, ahora mira un cuadro colgado en la pared que le regalaron por la bebé. ¡Por qué me siento resentida y colérica para levantarme y alimentar a mi hija! Es culpa, ¿es que tengo algo malo? Soy una mamá egoísta. ¡Por qué la ira con este hombre! Ni cuenta se da, ni sabe lo tanto que quisiera tirarle este puto cuadro. Es injusto estar despierta, no es racional sentirme tan solitaria, si mi hija y él están aquí. Nada parece haberla preparado para esta ira cercana a sus manos. Su hija duerme, él duerme. ¿Qué puede sentir sino que le cuesta el sacrificio? Le queda evidente, al curso de esta noche, que ella no puede escapar a la ira y el resentir. Es imposible que la hermosa pequeña sea la culpable de estas sensaciones, ella que le acababa de regalar la unión mas dulce que ha conocido. Queda entonces un sujeto. Él es el culpable de que pierda libertad de sueño, le salgan ojeras lóbregas, pierda lozanía y le duelan los pezones. Su ansiedad se expande oscura, y él ni siquiera lo nota. Se echa otra vez, y voltea a mirar al otro lado, concentrada en su respiración para que pronto olvide, debe dormir. Tiene esa esperanza, sus palabras negativas no deben estar para la mañana. Eso pide en un deseo antes de desvanecerse en un sueño cansado.
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