La respiración es un atributo tan inmanente que hay poca atención a su necesidad. Es como la cualidad interior más general de tu ser, y que sin embargo puede ser esquiva con mucha facilidad. Así fue como me hube postrado en experiencia carnal, bajo el sol de enero transitando a febrero, recibiendo la brisa veraniega y contando mi frecuencia respiratoria en un minuto. Al unísono del parpadeo en un oxímetro que botaba un número que no debía bajar de 95.
Sabía que me iba a tocar pero otra cosa es vivirlo. Cuidar por dos semanas a una señora que amo en extenso, no tendría otra repercusión. A pesar del inicial resultado que yo daba negativo cuando ella enfermó; solo fue una prórroga. Pero agradezco ese orden propicio, fui fuerte para atender los setentaisiete años cargados por la venerable mujer de ojos claros que me vio nacer. Luego debí ser fuerte para mantener ese regalo vital que me dio.
Enfermarse de Covid es una enfermedad que en su estado moderado a grave se vuelve una enfermedad de la respiración. La respiración que nos permite potencia para levantar la barra de 80kg en una sentadilla, la respiración que se intercala muy hondo cuando estas en la labor de parto para que tu hija venga a respirar también, la respiración que viene cuando lloras extensamente y entre mocos se hipa el ritmo de tus inhalaciones, la respiración cuando nadas en estilo libre y tomas bocanadas para tener control de la velocidad de tu esfuerzo, la respiración cuando estas besando desnuda a tu pareja y el placer recorre la piel de gallina de tu admirable excitación. Y muchos verbos más.
Y con un timo la vitalidad se une tan intensa a la respiración, que solo te empuja a tener aplomo tonto y paciencia ladrando. Las horas temporales horadan el pecho hasta llegar al espinazo porque sientes un fuego en cada extremo del lugar donde deberían residir las alas de nuestra historia angelical. Lo entiendes, cabeza, pulmón y piernas son eslabones para llegar a tu cama y persistir respirando, porque o eres una cadena de hierro o eras un cometa de seda.
El aire a nuestros pulmones, el aire que nos controla al intervalo de entrar y salir de tus vías. Respiración honda. Respiración chiquita. Respiración rápida. Respiración lenta. Respirar te lleva a otros estados de conciencia, pues el verbo respirar es centro y el todo. Con objetividad materialista, llegas a tocar caminos amarillos y escuchar los arcoíris de Venus en ti; en serio, generamos cosas y estados en el parénquima cerebral:
Y me puedo olvidar de mí al entrar en el laberinto del ritmo aeróbico, entre sangre y gas. Como dice la biología la respiración del bebé, tras cortar la unión umbilical, es la primera acción autónoma de todo humano. Y al momento de morir, el termino de tu respiración es de las últimas acciones de tu individualidad.
Somos seres contenidos entre dos respiraciones fundamentales.
Y en la soledad dibujada al estar enfermo, recuerdas el pasado y también el futuro. Porque estás adelantándote en el tiempo, si logras regresar a la salud. Tomas con voluntad el camino de tus acciones venideras para construir lo que recordarás que aún no haces. Pero sabes que quieres y puedes.
Entonces vuelves a respirar, con mucha obstinación, y luego espiras fuego , tierra y agua. Convertido bajo mantos de aire, eres carne de cuatro elementos nadando con éter, en lianas de telarañas y tablas despintadas de remordimiento. Caes de cabeza.
Paras, te dices, me digo: oh consciencia, eres adecuada para mí, quedémonos porque falta todavía. Y sonríes, tosiendo claro está. Sueños de mares, marea de mentes, mentas en luz, luzeas en amor.
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