A veces me sueno los mocos; y maldita sea un hilito se escapa de la oquedad que forman el papel y mi mano, que luego cae en el borde de la laptop.
Lo limpio, pero igual ya moquié la máquina. Me hace pensar en la naturaleza del moco, es interna y va a medio camino entre la sangre y el semen. Yo tengo de las dos. No hay que olvidar que por parentesco el moco es primo hermano de la saliva, si hasta el apodo de la saliva parece un vinculo sacro que hermana a dos grandes socios del hampa: el pollo y el moco.
Gran dupla sin duda.
El clima de mi siberia es responsable de mis alergias, este lugar medio inhóspito y salvaje. No hay orden o mucha limpieza. Puedes lo mismo encontrar pintas en las paredes al paso de abuelitas; perros callejeros olfateando los jardines; como chibolos en baterías y con gorras con la visera recta, vociferando canciones gospel. Las calles pueden estar viejas, pero también animadas con gente tomando cerveza al mediodía. Lo que es curioso tampoco hay calles, siberia en su contrería está fundado como peatonal, y andas por sus vericuetos entre pasajes estrechos de nombres incas. Tiene en general colores del polvo, porque a pesar de la pinta nueva que dan los pasajes, las fachadas interiores están sucias y lo sé porque mi ventana da a los jardines de otros, con esos colores desvaídos y cortinas casi siempre a medio abrir.
Me gusta ser siberiano, me gusta la verdad. Te templa el espíritu pero sin volverte soberbio, y si estas atento hasta sabiduría encuentras en los años que pases acá. Es medio picante según los reporteros que han entrevistados a algunos siberianos ilustres: j. gamboa y andy v. No hay mucho por acá, ni en lo malo ni en lo bueno. pero está bien, a medio camino entre el limbo de un sitio aburrido, el clima es frío y humedo, y corre el viento agradable en verano.
Por eso suelo tener algunas veces alergias y mocos que quieren salir de mí, pero es un precio pequeño para este lugar.
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