27/12/19

Imperiali

Bajo la noche romana se puede percibir un suave olor a romero. No tengo apuro en ir, como es tarde y no hay destino, es la natural salvaguarda de un desconocido en una ciudad milenaria.

Poco a poco, entre risas y el paso de otros extranjeros veo las luces y vestigios de un orden antiguo, de un caos que se expandió y dejó solo ruinas. Son aforos, mercados, todos pertenecientes a un antiguo césar. Me sorprendo ante las columnas amplias y derrotadas y lo grande del espacio donde sus circunferencias son piezas caídas. 

Este es el temor del paso del tiempo que destruye y deja las cosas fragmentadas y echadas, sin mayor calculo que el caos de lo que ya nunca más será. 

Puedo atestiguar que la historia reciente dice que este paso imperial lo creo el Duce y poco le importó la historia, sólo quería una ancha avenida para que sus ejércitos desfilen entre el Coliseo y la Piaza Venecia. Pero también soy consciente que lo que quedó es un ancho camino para la nueva historia que se ha cargado vestigios pero también ha creado nuevos puentes entre tanto admirador y visita. 

La noche parece que fuera muy joven, en todo caso son las 8 apenas, pero se siente el peso del tiempo como si fuera ya medianoche. Creo que solo extraños deambulan a estas horas por acá. 

Solo estoy en una pista Milenaria, al pie de una efigie que por fin encontré. La veo, la imito, es del viejo emperador Augusto que observa en bronce como el final de una década se suma a su solemnidad.

Y yo, solo soy un espejo mal pulido. Pero hay un sentido en todo esto. 

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