28/7/20

Sirena cohete

Empezamos con las noches frías de este invierno no estático, que entre el viento trayendo en sus silbidos las penas de tantos idos por la pandemia y entre el sol de mediodía que abriga de luz saliente estas semanas; nos hacemos audiencia del incansable vaivén de la naturaleza consciente de caos. 

Monumento a nuestros ojos, 
historia de los relojes que avanzan sin batería. 

Desconocido es para mí, también para nosotros, qué tendrá deparada la vida para tomarse hoy como un presente y mañana como un recuerdo regalado. Es julio que se acaba pronto, en un año de premoniciones y de cierres para esta era del pez.

Sin embargo, recordemos también los nacimientos, que arriban con el llanto de una recién nacida, que ante la luz del invierno conjugados con sus estrellados aretes de oro en los lóbulos, remarca que el sonido es el inicio. El sonido también enlaza con lo divino.

Cuenta una vieja leyenda hebrea que fue necesario templar el material de nuestras almas con nuestra carne, con mucho sacrificio y dolor. Transfigurar nuestro ser con un errante caminar por un desierto de días calientes y noches frías con poco alimento y bebida, para que se expulse atosigando nuestra carne de la sed y el dolor, los yerros del ego y la ira, la nostalgia y la pena. Y ya con el último aliento, abandonados como pellejo, somos el metal que labrará Dios. Pero claro ese es el camino de unos pocos. Aunque está para todos.

Hoy los desiertos son vastos y mucho más sutiles; en redes de información, en la vasta intranquilidad de que no somos quienes quisiéramos. De qué soñamos lo que otros consiguen, de que perdemos lo que otros desean, de que caminamos con zapatos en tierra sagrada para pisar descalzos.

Es una oscura y brillante línea de horizonte que se traza, bajo la neblina, bajo el sol oscuro; con los cantos de sirenas que ya no dejan tiempo de amarrarse al mástil de nuestros vehículos, o de tapar los oídos. El sonido de esas doncellas de Odiseo, nublan el camino de mujeres u hombres. Con bastantes pensamientos que trepidan y desgano que avasalla.

Y dónde buscamos la felicidad, para completar lo que nos sacan las sirenas del mundo. Es una gran pregunta, es la cuestión de hoy.
Quizá en un viaje a las estrellas, que son la multitud del firmamento, el espejo de nuestro lugar en el universo y la tela que abriga la atmósfera.

Quizá en saber que las estrellas no están afuera, sino adentro. 

En puntos de nuestras pieles, en surcos de nuestras venas, en remolinos de vellos, en los lunares que poseemos, todas ellas se quedan impregnadas por las huellas estelares de lo que somos cuando escogemos y lo que nos depara el mañana luego.

Queda nuestra voz, porque somos los que destierran sirenas con sonrisas, la sirena que hay en ti estuvo antes en mí.

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