11/2/18

Colores

Corre, corre pequeña entre mis brazos, vamos con fuerza entrégame tus sueños y sujétate. Como plastelina que se ase a la mesa para construir un arcoiris de colores, como un columpio de películas, mano a mano caminando conmigo.

¡¡Qué importa que mi cabeza y mi cuerpo se vuelvan al caos; que por degradación insensible deje de percibir poco a poco la realidad!! Nosotros entregados al deseo de nuestros ensueños, tú tomas mi mano y te sujetas entre mis brazos... contra todo. Así quisiera vivir eternamente contigo entre mis brazos, que te darán calor y protección en simultáneo; y te empujarán lejos de la materia oscura y los cielos grises de la rutina.

Te propongo que minuto a minuto podamos navegar el camino de los anchos océanos y las tierras que los costean. De día, de noche... en el inmenso viaje galáctico que estas tierras orbitan. Y en especial por las noches seremos más sueños, que la vida como sueño.
Sí, recordaré el tiempo y la pérdida de todo hacia ti, y seré tu compañero al anochecer sobre todo. Me verás cuando cierres los ojos y puedas convocarme a conocernos de nuevo, aunque ya nos hemos visto miles de veces en esta realidad y tantas otras.

Justo anoche te volví a ver, y estabas al alcance de mi vista, entre miradas y palabras, parecíamos destinados por la gravedad de nuestros corazones a cruzar las líneas de nuestro destino por siempre. Es en cierto natural, la fuerza que hoy nos conglomera a mí en el teclado y a ti mirando esta pantalla. 

Esta es una oración que ha seguido un largo trecho, desde lo real del orden soñado, al pulso de mi conciencia simbólica este domingo que la dibuja en la materia, de ahí a los impulsos nerviosos que llevan a mis yemas a pulsar hacia la forma binaria que recibe ello en un servidor colgado en un espacio ciberelectrónico que llamamos la red de redes. Símil perfecto de las sinapsis del cerebro y la forma del universo.

Qué decía esta frase, pues era como un hechizo. 
Tú buscabas en mi sueño a alguien que por fin sea quien lleve y acompañe tus locuras y gracias, que soporte y entienda la paciencia necesaria para lo que no se puede comprender en ti, pero igual amarla... tú bajo un árbol de otoño me decías que habías buscado y esperabas, yo ante ti incliné mi cabeza para llegar a tu metro sesenta, y te dije al oído esa frase que ya me habías dicho de otra vida que la repitiera cuando sea necesario. Y era necesario en ese momento del sueño, y creo que hoy y más adelante:

¡¡Yo tengo el número 4!!, ¡¡yo soy el 4!!

¿Me entiendes, lo conectas? Tú me la has dicho para que me reconozcas. Es nuestro mantra, el hechizo final para que cruces el espacio que nos separe y sonrías ante mí y por fin sea: dulces sueños en el cielo de nuestra vida ordinaria.

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